De pequeña odiaba el pueblo, no me gustaba nada ir o salir de casa. Bueno de pequeña no, de adolescente más bien. En esa edad donde tienes la solución a todos los problemas del mundo. En esa que te das cuenta de lo mucho que están equivocados los mayores, pero aún así estiras la espalda y actúas fingiendo ser uno de ellos. Porque quieres ser mayor, y quieres que te vean mayor. Por eso te pintas la raya del ojo y bebes kalimotxo a escondidas junto a un cigarrillo detrás de los muros de la iglesia. 
Pero te pillan, es lo que tiene ser permisivo en el pueblo, porque los padres se autoengañan un ratito, pero muchos ratitos ya es demasiado. Y te enojas, y pataleas, y gritas con feroz juventud y osadía, y lo que no sé es como no acabé con más de un sopapo en mi cara. Porque sí lo pienso ahora, ser padre es bien jodido. 

Pero heme aquí, conservando algunas veces unos pocos ademanes de esa adolescencia perdida pero vivida intensamente y adorando los pueblos a cada cuál más pequeño, y si tiene vacas y ovejas que campen a sus anchas por lindos prados verdes, mucho mejor. Pero de momento me conformo con el mío, que no tiene vacas ni ovejas, pero tiene río, y presa, y ermita con una fuente cobijada por arboles que dan sombra. 
Porque la mamitis aguda existe, y yo soy mucho de mamitis,  pero también mucho de papitis, y de abuelitis, y de hermanitis, aunque sea en la distancia. Ay, la distancia, esta es prima hermana del tiempo que vuela.







 Ir al pueblito bueno es perder el reloj, meterse en camas de colchones mullidos y dormir. Y cuando digo dormir, digo dormir. De esos dormires profundos y negros por lo profundos que son, porque solo en el pueblito bueno se duerme tan oscuro. En la ciudad la noche es naranja, las farolas la hacen naranja pero en el pueblito.. la noche es negra de narices. De ahí lo profundo del sueño, y del despertar remoloneando entre las sabanas, el tener que bajar de puntillas sin hacer ruido e ir susurrando por lo bajini para que nadie te oiga. Los pueblitos buenos son las mejores cremas antiojeras que existen. Doy fe. 

Y tienen veletas, nada de antenas ni parabólicas para encuentros en la tercera fase. Aquí las veletas miden el aire, el tiempo, ese que disfrutas cada segundo. Porque el reloj no existe, y como las veletas tu marcas el ritmo y la dirección de cuales serán tus siguientes pasos. Sin rumbo, ni reloj, ni tiempo. Y si me apuras, a esta edad ya sin kalimotxo. Ahora lo que se lleva es el gin tonic. Decorado.
Es curioso, que se decoren los Gin Tonics, teniendo en cuenta que en el pueblito bueno es donde mejor se come. Sobre todo cocina casera, y para más inri, donde están las vajillas más bonitas, y las mantelerías más vintage, y es todo como muy pinterest, con esas paredes desconchadas, esos trozos de cemento o paredes de piedras. Y resulta que donde todo es más fotografiable, es donde esta la mejor cocina, la cocina sin tonterías.






¿Qué tal fue vuestra semana santa?

Feliz Martes ❤

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Algunos viven de fiesta todo el año.
Quiero ser gato